LA SOLUCION DE LOS CONFLICTOS






Cuando hemos aprendido a manejar todas las teorías que nos pueden servir para solucionar los conflictos, debemos dar el paso fundamental que es....dejar de lado todas esas teorías.
No es esto una broma sino un principio fundamental para acceder al camino de la curación.
Cuando a Picasso le preguntó un periodista como había logrado pintar esos cuadros que dejaban de lado toda la historia de la pintura e inauguraban una nueva forma de pintar, él contestó; -He tenido que estudiar durante toda mi vida todas las escuelas de pintura-. Con esta frase pudo expresar una verdad irrefutable; para ir más allá de donde todos han ido, primero hay que ir a donde todos han ido.
Uno puede saber mucho de teorías sobre la enfermedad y la salud pero cuando llegue el momento de curarse, debe desprenderse de esas teorías ligadas a su análisis, capacidad de cálculo y organización lógica.
Mucha gente se ha acercado a Hamer por su maravillosa lógica. La organización de las enfermedades que él hace desde el punto de vista embrionario, el cálculo del sentido biológico que tienen y el análisis del origen filogenético nos ha deslumbrado a todos aquellos que apreciamos el esfuerzo de aquellos investigadores que van mas allá de lo que piensa la mayoría erudita.
Lo mismo sucede con Hellinger que ha tenido la astucia de introducir ciertas leyes, siempre llamadas esotéricas, en la psicología clínica. Su fenomenología, insuficiente desde el punto de vista filosófico es harto elocuente en una práctica que se acerca con cierto exceso al espiritismo pero que permite a aquellos investigadores de la curación  sorprenderse de los resultados.
También la teoría y la clínica de la Gelstat han aportado con su lenguaje simbólico nuevas derivaciones para comprender las situaciones conflictivas y la expresión del cuerpo ante ellas.
Y la filosofía y el psicoanálisis y la sociología y tantos otros aportes han enriquecido la comprensión de lo que nos pasa como humanos y como humanidad.
Y qué decir de la física y la etología. Y del misticismo.
Sabemos tanto y sin embargo no abundan los Picasso. De todas las teorías y escuelas que hemos nombrado, ¿Cuántos seres humanos las conocen? ¿Y cuántos de los que las conocen las comprenden? ¿Y cuantos de los que las comprenden las llevan a la práctica?
¿Cuál es el tipo de conocimiento que lleva a la sabiduría de solucionar los grandes conflictos de nuestra existencia? Porque uno puede conocer a la perfección toda la teoría de Hamer y hacer un cáncer luego de una pérdida afectiva o una profunda desvalorización. También uno puede manejar la teoría de Hellinger y haber hecho su constelación pero sufrir de artritis reumatoidea. O conocer todas las otras escuelas y haberlas practicado pero ante la crisis profunda, actuar como casi todos los seres humanos actúan, con dolor y furia.
Se hablará enseguida de la naturaleza humana y de su conformación neurológica. Pero si esto fuera absolutamente cierto, ¿para qué seguir elaborando teorías sobre la evolución psíquica y espiritual del hombre? Es que todo es una farsa y nos seguimos enfermando de las mismas enfermedades que se enfermaban cuando no se conocían todas estas teorías? Y aún peor, nos morimos con nuevas enfermedades además de seguir teniendo las de antes.
Pensemos esto. Los órganos se siguen enfermando de la misma manera que hace millones de años. Los procesos descriptos por la medicina de inflamación, necrosis, reparación, neoplasia, etc. no han cambiado en su expresión desde el origen de los vertebrados. Se repiten como hace millones de años sin ningún tipo de cambio. Que sepamos como se llaman algunos elementos que antes no conocíamos no significa que ellos no existían. Solo que la ciencia los fue describiendo.
El estómago hace úlceras y tumores desde siempre. Espasmos y atonías. En el cerebro se rompen los mismos vasos que se rompieron siempre. El riñón se vuelve insuficiente como cuando nació. No ha habido evolución orgánica en el Homo Sapiens. Pero se supone que ha habido evolución psíquica. Tanto es así que la ciencia ha debido separar a la psiquis del cuerpo ya que no se podía entender que la psiquis evolucionara tanto y los órganos nada.
¿Qué tal si todo esto es una mentira? ¿Una fábula creada por una humanidad en base a un atributo propio de la especie que es la palabra?
Somos lo mismo que desde siempre y así lo atestiguan nuestros órganos. Ellos siguen haciendo lo mismo que desde su origen. Sin embargo, hemos creado estímulos artificiales para los cuales los órganos no tienen codificación cerebral y reaccionan por -aproximación-. Esto ha generado lo que podríamos llamar -equivocaciones orgánicas- en donde estos estímulos artificiales provocan reacciones que están programadas solo para determinadas situaciones naturales. El hecho de tener que reprimir la agresividad hacia otra persona por cuestiones culturales es un ejemplo de la incorporación de un estímulo artificial que la palabra ha definido como -tragarse todo y no explotar-. La codificación cerebral está inscripta para que el órgano reaccione cuando hay un trozo de alimento demasiado grande y no lo pueda expulsar. Esta situación natural provoca la respuesta de activar este código cerebral que ordena al órgano  producir gran cantidad de células que secreten jugos digestivos para que ese trozo sea finalmente digerido. Esto dependerá de la magnitud del trozo atascado ya que si es muy grande, el órgano necesitará mucho tiempo para elaborar las nuevas células e incluso existe la posibilidad que la reacción no alcance y se forme un gran proceso inflamatorio que solo podrá terminar en una infección que intentará con los microbios barrer el trozo atascado. Este proceso suele ocurrir con alguna frecuencia en personas ancianas que no mastican bien el alimento y el trozo tragado no alcanza a progresar.
Ahora bien, esto no es lo que ocurre cuando el estímulo es artificial, es decir, hay una situación que se vive como una injusticia y la persona -se la debe tragar-. En todo caso, podríamos decir, que no es lo que siempre ocurre.
Por ejemplo, en el tema de la obesidad ésta es una codificación cerebral para que los animales tengan una reserva de alimentos en su propio cuerpo. Es el caso de los osos que invernan y no comen por varios meses o de otros animales que por sus condiciones físicas, les conviene ser pesados para atemorizar a posibles predadores. En los humanos esta condición se ve también por la aproximación que hace el cerebro con semejantes hechos naturales. En el caso de la reserva de alimentos para tiempos mejores, la metáfora de este hecho es la vivencia de la escasez pero no necesariamente de alimentos. Aquí cambia el significado de -reserva-. Puede referirse a la ausencia de afecto, de oportunidades, de objetivos. Aquí hay un corrimiento del sentido. Cuando lo que se corre es el concepto (recordemos las áreas de concepto de las que habla Edelman) la metonimia que provoca la activación del programa cerebral de acumulación se refiere al concepto -reserva-. Aquí lo que cambia es la palabra, no el significado. Así las metonimias serán la acumulación, el consumismo, la codicia, etc.
En el caso de la obesidad para tener peso y defenderse mejor, veremos la metáfora en las situaciones importantes para esa persona y que le preocupan (por el peso que tienen) y a la metonimia en el estar -hinchado-, grande, excedido en ciertas cosas.
En todas estas situaciones se debe advertir el sentido biológico del programa cerebral ante el conflicto de la naturaleza y a la vez como se realiza el corrimiento que hace que el cerebro active por -aproximación- dicho programa.
Es por ello que en cada órgano o sistema debemos clasificar los programas cerebrales ante los conflictos biológicos naturales y luego categorizar la metáfora por corrimiento de sentido y la metonimia por corrimiento de concepto. Una vez hecho esto, debemos diferenciar las enfermedades comunes y las arquetípicas.


Los nuevos mapas.
Tratemos de integrar conceptos. Por un lado iremos haciendo una cartografía por orden alfabético, nombrando en primer lugar la función biológica del órgano. Luego, los programas cerebrales que se activan en relación a este órgano y su sentido biológico. En tercer lugar la metáfora psicobiológica, es decir, el corrimiento de significado de esa función. En cuarto lugar, veremos las metonimias, es decir, los significados negativos que con la enfermedad el órgano quiere expresar. Una vez hecho este recorrido, hablaremos de algunas patologías en particular pero introduciendo la diferencia entre enfermedades comunes y arquetípicas, observando los arquetipos que intervienen.
A partir de esta nueva cartografía, iremos mencionando el abordaje terapéutico.

Amígdalas.
En el campo de la anatomía, una amígdala es un órgano con forma de almendra y etimológicamente significa eso: almendra. Se denomina amígdala a cualquier órgano constituido por un retículo que contiene folículos linfáticos. Según la localización en la que se encuentran en la faringe se llaman:
Amígdala faríngea, situada en el techo o bóveda de la faringe. En los niños suelen estar hipertrofiadas y se llaman adenoides. Cuando provocan insuficiencia respiratoria nasal y deformación facial (vegetaciones) suelen extirparse.
Amígdala tubárica: También se llama amígdala de Luschka o de Gerlach y se encuentra rodeando al extremo faríngeo de la trompa de Eustaquio.
Amígdala palatina. También se llama tonsila. Está situada a ambos lados del istmo de las fauces, en la entrada de la orofaringe, entre los pilares del velo del paladar. Son las típicas anginas que cuando se inflaman e infectan se denomina amigdalitis.
Amígdala lingual. Es el conjunto de tejido linfoide más voluminoso de la faringe y está situado en la base de la lengua.
El parénquima de las amígdalas está formado por nódulos linfoides con algunos centros germinales y su superficie es epitelio estratificado (faringea y lingual) y plano (palatina). Los nódulos linfoides son tejido conectivo especial con abundantes linfocitos.

Los programas cerebrales que se activan en las amígdalas provocan hiperplasia, neoplasia e infección. Dado que su origen embriológico es de la capa mesodérmica antigua, su forma de reaccionar es con proliferación celular en la etapa activa del conflicto (sea hiperplasia o neoplasia) y con caseificación bacteriana o bacilar en la etapa de conflictolisis. Al tener tejido epitelial plano reacciona también con úlceras en conflicto activo.
El conflicto biológico que activa estos comportamientos es la perdida de la presa recién atrapada. En palabras de Hamer -la presa es arrebatada en el último momento-.
Al ser tejido linfoide su función biológica es la defensa y el filtro de la entrada a las cavidades internas. Su agrandamiento es un modo biológico de no permitir que sigan entrando elementos del exterior. El sentido biológico de este comportamiento se da, según Hamer, en la fase de solución, al permitir la entrada de nuevas presas.  Es claro que la reacción de agrandamiento impide el paso de nuevas presas, por lo que la fase activa (de proliferación celular) es biológicamente perjudicial.
Aquí debemos preguntarnos porqué el cerebro ha creado un programa biológicamente perjudicial cuando el animal pierde la presa. Lo de -biológicamente perjudicial- lo decimos ya que el animal no solo ha perdido su presa sino que ahora no puede tragar otra porque se cierra la entrada al aparato digestivo. Si esto no se soluciona, su supervivencia está en peligro. Podríamos decir que es una enseñanza para aprender a retener la presa. Y que las amigdalitis crónicas serían intentos fallidos de este aprendizaje. El animal debe aprender ya que si no lo hace, no sobrevive. El conflicto activo (la imposibilidad de retener la presa) pone de manifiesto una dificultad.
Es interesante la diferencia que hace Hamer del sentido biológico y su presentación en CL en las capas endodérmicas y en CA en las capas ectodérmicas. Por de pronto digamos que Hamer ubica a las amígdalas en los órganos de origen endodérmico pero por su estructura anatómica deberían ubicarse en el mesodermo. Al estar revestidos de tejido epitelial también tienen origen ectodérmico y el conflicto guarda relación con temas modernos como la territorialidad. No es solo no tragar la presa sino también no poder hablar o comunicarse adecuadamente.
La metáfora psicobiológica que propone el agrandamiento de las amígdalas es -el de tener hinchada la garganta-. Esto trae dificultades en la alimentación (comer duele) y en la comunicación (hablar duele). Si la función biológica de las amígdalas es servir de filtro de los elementos que pasan de afuera hacia adentro, el corrimiento simbólico de este sentido es -no dejar pasar más nada-. Los filtros han sido superados por situaciones -del afuera-: problemas de convivencia, económicos, laborales. Los filtros están hinchados y si no se les da descanso, la entrada -del afuera- los desbordará (habitualmente hacia el aparato digestivo).
Tener amigdalitis es -estar hinchado hasta acá- (haciendo el gesto de tener los testículos allí); es tener -anginas- (apretado el cuello), es decir estar ahogado; es dolerle todo lo que sea incorporación; es no poder beber algo frío (no poder aliviarse del calor); es no poder masticar bien (analizar la situación); es no querer hablar de algo (hablar duele).
Como se ve en este abordaje nos alejamos de la visión de Hamer y encontramos en las amígdalas un conflicto moderno de comunicación unido a un desborde de los elementos del -afuera- sobre el -adentro-. Las comunes amigdalitis de los niños tienen que ver con su posición de no poder absorber tantos hechos del -afuera- con su aún inmadura estructura mental. En los adultos, la causa de las amigdalitis tiene que ver más con las dificultades en la comunicación. (Aislarse)
La diferencia fundamental entre las enfermedades comunes y las arquetípicas es que en éstas, se establece un grupo de células rebeldes a la anatomía y fisiología normal generando comportamientos celulares primitivos. En las enfermedades comunes (amigdalitis, hiperplasia) no existe este comportamiento rebelde sino un claro sentido biológico de desborde de los mecanismos naturales de defensa. La hiperplasia, la inflamación, las úlceras, las necrosis, son actividades con sentido biológico de defensa. Las proliferaciones y las úlceras neoplásicas no tienen ese sentido sino como lo hemos explicitado en la sexta ley, el de destrucción de las formas maduras y actuales para la instalación en ese órgano de formas antiguas. Es por ello que cuando hay cáncer, el corrimiento del significado no es lo preponderante sino que lo que guía el proceso es el tropos traslativo (la metonimia) ya que lo que intenta la instalación de las formas antiguas es expresar la activación de un mandato generacional que tiene que ver con el lenguaje de ese órgano.
En un cáncer de amígdalas lo que importa no son los significados simbólicos de la función del órgano (filtrar el afuera) sino la metonimia del cáncer que es la simbiosis entre la metáfora del órgano en su sentido biológico con la negación de ese sentido.
De la clase de metonimia que hablamos es (recordando a Frazer)  de una especie de magia de contagio que se produce entre algún elemento de la historia de un sujeto y el cáncer de uno de sus órganos. Alguno de los múltiples significados de la amígdala contagia a un grupo rebelde de células que no buscan lo mismo que la amigdalitis (solucionar un conflicto) sino lograr que alguna de esas expresiones (hinchado, incomunicado, obstruido) de cuenta de algo más que lo que Hamer llama conflicto biológico. Ese algo más no tiene que ver con el significado de la lesión de la amígdala sino con una historia que habita al sujeto. Aquí, el poder de la metonimia es activar esa historia biológicamente, es decir, con células primitivas que solo quieren escenificar esa historia y no (como en el caso de las enfermedades comunes) solucionar un obstáculo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
Esto lo quiero dejar bien claro: el cáncer no busca solucionar ningún conflicto. Ninguna de las enfermedades arquetípicas busca ese objetivo. El cáncer es una metonimia que expresa con un lenguaje figurado algún significado que el significante que el órgano propone (en el caso de la amígdala puede ser filtro, incomunicación, aislamiento, etc.) halla próximo. Es por eso que recordamos a Frazer y a su magia de contacto. El órgano se enferma porque hay algo que insiste en la historia del sujeto y que encuentra en el órgano la posibilidad de expresarse en una metonimia.
Es por eso que es tan difícil entender el cáncer. Porque estamos hablando con un cuerpo que se expresa con sentido figurado. Al borde de la poesía. Es así que al sentido biológico del órgano debemos agregar el sentido figurado generacional de las enfermedades arquetípicas. La metonimia es eso; un tipo especial de metáfora donde con una expresión se habla de otras cosas.
Encontrar el significante que la enfermedad nombra es un acto poético. Nunca puede ser como propone Hamer, solo un hecho concreto. Siempre deberá ser un acto simbólico.
No se debe buscar el conflicto sino las palabras del paciente y por sobre todo las palabras que nombran su historia. Alguna de ellas nombra ese significante que denuncia la metonimia. Encontrar esa palabra es la labor del terapeuta. Y hay palabras claves y hay palabras trampa.
Pero no estamos abandonados solamente a escuchar. El lenguaje del órgano nos guía. Los arquetipos nos guían. Ellos son invalorables maestros a la hora de leer la metonimia.
En el cáncer, la metonimia es el cáncer. No hay que ir a buscar desde allí, como propone Hamer, una solución concreta que inactive el sentido biológico de la enfermedad. En el caso de las enfermedades comunes, la metáfora psicobiológica nos propone soluciones. Si se trata de filtrar el -afuera-, la solución pasará por dejar de tener que defenderse permanentemente; se le propondrá al paciente una actitud menos -incorporativa- del exterior y que aprenda a trabajar su interior. Si lo que indica en la metáfora la hiperplasia o la úlcera de las amígdalas, es no decir lo que duele, se guiará al paciente a poder hablar sin dolor y sin ira. Si el paciente esta -hinchado hasta ahí-, se le ayudará a no acumular tanta presión. Para todo esto, se trabajará con técnicas que van desde la explicación de lo que le pasa hasta ejercicios respiratorios, técnicas energéticas y medicación homeopática. Se le dará un lugar a la expresión simbólica de lo que le sucede a través de dibujos y dramatizaciones. La idea de tratar las enfermedades comunes desde la psicobiología es curarse aprendiendo a no enfermarse nuevamente.
En el cáncer, esto no alcanza. Y eso ocurre porque el órgano no se enferma (como en las enfermedades comunes) para expresar lo que pasa actualmente. Aquí, el órgano es víctima de un traslado que pertenece a la historia del sujeto y no a su actualidad. El cáncer no es producto de un conflicto biológico sino metabiológico. Aquí lo que importa es el sentido ausente del órgano y también de la célula. En sus orígenes está ese sentido. Ellas se hacen indiferenciadas, no específicas, para denunciar  la excesiva presión a la que están sometidas. El cáncer se asemeja a la magia por contagio, es decir, a la noción de que dos cosas que estuvieron juntas siguen juntas. En ese tipo de magia, si se actúa sobre un objeto que perteneció a una persona, se está actuando también sobre la persona. Esto es verdaderamente una metonimia.
La propuesta terapéutica sobre el cáncer es actuar sobre algún significado de ese órgano enfermo que por contagio o contigüidad o metonimia actuará sobre el cáncer.
Esto es lo que llamamos -acto arquetípico- y se trata de tomar una de las metáforas del órgano (no cualquiera) y trabajar con un acto simbólico por contagio.
Este es un tema tan delicado que es imposible abordarlo de forma general. Es necesario conocer la persona, su historia y desde allí leer la metonimia que el cáncer expresa.


Dr Fernando Callejon



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