Que esconden las adicciones





 Si sentimos la necesidad de incorporar algo que llene nuestra vida y creemos que no podremos vivir sin ello, somos víctimas de una adicción.
Intentamos saciar el vacío emocional de nuestro niño interior, compensar el afecto y la presencia maternales que nos faltaron de pequeños.
Como adultos, podemos comprender esta carencia y tratar de darle la vuelta: lo mejor para llenar la propia vida es dar a los demás.
Como bebés, nuestras necesidades son urgentes e inmediatas, pues dependemos de los cuidados de otro para sobrevivir, si no las colman nos desesperamos,
Si perdemos la esperanza de recibir leche o caricias maternas, nos conformamos con ‘algo’ que lo sustituya, lo que sea con tal de que nos calme.
Poco a poco el acto mismo de incorporar se convierte en primordial. Dirigimos todo nuestro interés en devorar lo que sea, lo más rápido posible, antes de que se acabe y sintamos la carencia, Pero la sentimos igual, porque lo que necesitábamos originalmente, (la presencia de mamá) ya lo hemos olvidado, aunque sigue operando en las profundidades de nuestro ser.
Siendo niños, normalmente pedimos aquello que sabemos que los adultos están dispuestos a ofrecer; por lo tanto, depende de la modalidad familiar. Pediremos juguetes, comida, zumos, chocolate….y si tiene valor positivo para los adultos nos lo ofrecerán.
A medida que crecemos, nuestras falsas -e imposibles de satisfacer- necesidades irán en aumento. En nuestra sociedad de consumo se tornan muy difíciles de identificar, porque estamos todos comprometidos en un sistema en el que creemos que, para vivir, necesitamos innumerables objetos.
Cuando somos niños y pedimos amor y presencia, obtenemos televisión y videojuegos durante horas. Nadie detecta que algo va mal. Ni cuando sentimos que no podemos vivir sin los objetos que deseamos.
Cuando falta lo más vital y prioritario con relación a las necesidades básicas de un niño, la presencia materna, la compensamos desplazándolas hacia modalidades aprobadas socialmente, como el consumo de azúcar, golosinas, bebidas artificiales, televisión y videojuegos.
Cuando la incorporación de ´lo que sea’ deviene urgente, hablamos de adicción, estamos convencidos de que lo necesitamos sí o sí para no morir.
Las hay más fáciles de reconocer, como la adicción al tabaco, al alcohol, a la cocaína… Otras son menos detectables, como la adicción a la comida, al azúcar, al café o a los psicofármacos. Y otras son más invisibles, como la adicción al reconocimiento social, al trabajo, al éxito, al internet o al I-phone.
La adicción es la forma más invisible de violencia. Produce estragos impresionantes. Nos sentimos como bebés imposibilitados de hacer algo a nuestro favor. Estamos poseídos por un ‘otro’ que decide hacer con nuestra vida lo que se le antoja. Ese ‘otro’ puede ser el alcohol o el dirigir la oficina.
El mecanismo adictivo delega todo poder de decisión en algo tan ridículo como un pastel frente al que no perdemos nuestra capacidad de autonomía.
Al principio, las adicciones pueden ser complejas de detectar porque sobre muchas de ellas tenemos valoraciones positivas, como el éxito profesional, el dinero o el consumo moderado del alcohol.
Las adicciones no se reconocen por el tipo de sustancia que incorporamos, ni por la cantidad o frecuencia de su consumo, sino por la desesperación que sentimos cuando aparece la necesidad inmediata de introducirla.
Toda adición necesita ser comprendida. Si recordamos nuestra infancia, quizá podamos nombrar las cosas siendo honestos con nuestras emociones y comprendiendo el nivel de carencia que hemos padecido.
Hoy ya no podremos obtener los cuidados maternos, pero es posible sanarnos a través de una conciencia plena de nuestra realidad emocional. Luego, nos corresponde asumir que lo más devastador de los mecanismos adictivos no son las sustancias con las que buscamos calmarnos sino el hecho de vivir tan preocupados por llenar nuestro vacío existencial, por lo que probablemente estemos poco predispuestos a escuchar a los demás o a atender necesidades ajenas.
En este punto, si somos adictos, básicamente somos egoístas, pues creemos que nuestras necesidades tienen prioridad por encima de los deseos o las necesidades de los demás.
Si nos importa hacer algo para comprender nuestras adicciones, revisemos nuestra historia y abordemos con total franqueza nuestras demandas desesperadas de mirada y cariño.
Luego, detectemos todos los mecanismos que utilizamos para no sufrir tanto. Intentemos nutrirnos a nosotros mismos, reemplazando las carencias pasadas por situaciones afectivas sustanciosas, Sepamos que somos merecedores de cariño y atención . Alimentemos las relaciones afectivas basadas en el interés mutuo, Y, por último, estemos atentos a todo lo que piden los demás, sobre todo si tenemos a nuestro cargo a niños pequeños. Si somos capaces de nutrir a otros, otorgando prioridad a las necesidades de los demás, habremos superado toda adicción.

Laura Gutman.
Extracto del libro "Crianza, violencias invisibles y adicciones"


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